RESENTACIÓN
Es una grata y enorme sorpresa estar esta tarde
aquí con todos ustedes. Como se pueden imaginar, el
primer sorprendido soy yo... pero no soy el único. Si
hace unos meses me hubiesen dicho que hoy estaría
así, aquí y ahora, no lo hubiese creído. De hecho, me
sigo haciendo la misma pregunta: ¿cómo es que ha-
brán pensado en mí? Es más, no lo debía de pensar
mucha gente. Incluso, alguien muy cercano, cuando
lo supo, me dijo: “Ayyyy... no te veo preparado”. He
de confesar que tuve muchas dudas. Sin embargo, no
contaba yo con las buenas artes de don Román; así
que aquí me tienen, un poco asombrado, muy atri-
bulado y con este atril como única defensa. Pero, por
favor, sepan que sin duda este es el mayor honor que
he tenido en mi vida y que en este momento no solo
soy la persona más dichosa, sino también la más asus-
tada.
Como ya saben, soy vivariense. Nací na Fonte nova
, encima de la panadería de Aurelio y mi infancia
fue la felicidad: libertad absoluta, una ciudad entera
como campo de juegos, alegría y un maravilloso olor
a pan. Aquí nací, aquí fui feliz y aquí me hice como
persona. Las verdaderas habilidades de la vida, las que
permiten relacionarse con la gente, desempeñar tu
trabajo o formar una familia las adquirí aquí. Luego,
la vida, me llevó a ser un dos de fora, que es como se
llama aquí a los tipos morriñentos que anhelan volvera
casa.
Moncho Pernas, mi presentador, lo personifica
espléndidamente en Vila Ponte , ese lugar mágico que
existe y que viaja en cada uno de nosotros.
También es cierto que ejerzo de vivariense.
Tengo por verdades absolutas que es la ciudad más
bonita del mundo, que aquí es donde mejor se vive,
que su gente es una familia e incluso defiendo sin
engaño que tiene un microclima subtropical. Pero,
aparte de esto, no me veo otros méritos para este
honor. Soy un médico, una persona que ejerce un
oficio humilde que se hace a la cabecera del paciente,
de forma discreta, casi silenciosa. Por eso me resulta
curioso un médico pregonero. También soy un osado
al que sus entrañas han puesto una zancadilla en la
razón.
El pregonero anuncia un acontecimiento im-
portante e invita a los oyentes a participar. Por esa
razón el pregonero no es importante. Lo realmente
relevante es lo que va a ocurrir. Además, tengo claro
que el verdadero pregón no lo digo yo, lo dicen todos
los días miles de vivarienses a sus amigos, conocidos
o compañeros de trabajo, aquí o en medio mundo. Su
pregón, sencillo y tierno, nace del corazón y seguro
que contagia a todo el que lo escucha.
SEMANA SANTA EN VIVEIRO:
RELIGIOSIDAD E HISTORIA
Cómo no va a ser así si nuestra Semana Santa
está grabada en nuestra memoria. Es una historia de
más de ocho siglos de convivencia en una comunidad
relativamente pequeña. Fíjense que nuestra Semana
Santa es tan antigua como muchas de las institucio-
nes que han creado este país. Tan antigua como, por
ejemplo, la Universidad de Salamanca que celebra,
en 2018, su 800 cumpleaños. Y fíjense ustedes el im-
pacto que ha tenido esa universidad. Aunque sólo
sea por este hecho, es imposible explicar la historia
de nuestra ciudad sin su Semana Santa.
Aunque para algunos historiadores su origen es
más remoto, probablemente se inició en los prime-
ros años del siglo XIII con la llegada a Viveiro de las
órdenes mendicantes, franciscanos y dominicos. La
honda espiritualidad de la sociedad de entonces, que
consideraba la vida como un pasajero valle de lágri-
mas, se enraizó con la labor doctrinal de estos frailes,
que enaltecen los valores del trabajo y la austeridad.
Desde entonces, y con la mayor solemnidad,
se ofician los cultos en todas las iglesias y conventos
de la zona. En sus inicios, probablemente de manera
muy sencilla, como la propia sociedad medieval,
sobria y austera. Desde esa época nuestra Semana
Santa se sostiene sobre varias parejas de pilares: tra-
dición e innovación, el pasado y el futuro, lo divino y
lo humano. Estas dualidades se reproducen en el eje
central formado por Encuentro y Desenclavo. Desa-
rrollados respectivamente por franciscanos y domi-
nicos, con los siglos se impregnaron de la teatralidad
del arte barroco y llegan hasta nuestros días con un
esquema sin grandes cambios.
Esto podría hacer pensar que la Semana Santa
en Viveiro evolucionó sin grandes problemas o difi-
cultades. Nada más lejos de la realidad. Su historia
no es lineal, ni placentera ni únicamente piadosa. A
lo largo de los años ha tenido que superar proble-
mas y limitaciones múltiples. Incluso la posibilidad
de su desaparición tras el fallecimiento de todos los
cofrades, lo que obligó a su refundación, tras años de
inactividad, en la primera mitad del siglo XVIII.
No menos problemática ha debido de ser su
adaptación a cada época y a muy diferentes escalas
de valores y maneras de pensar. Así, en el siglo XVII,
con la efervescencia del barroco, los actos pasionales
cambiaron. La necesidad de aproximar los textos sa-
grados al pueblo los transformaron en una verdadera
obra de teatro sacro que transcurría, y transcurre,
entre la gente, moviéndose por diferentes zonas de
la ciudad. Las mejoras en la imaginería, posiciones
efectistas, pelo natural, ropas reales y movimientos
articulados lograron una mayor aproximación al pú-
blico y efectos didácticos indudables. Además, las ex-
plicaciones que acompañaban a los actos, sencillas e
impactantes, de seguro que llegaban a los corazones
más endurecidos. En conjunto, acontecimientos tan
espectaculares como exitosos que lograban atraer y
conmover a multitudes. Esto es, la teatralidad de la
puesta en escena al servicio de la formación en valo-
res, tanto humanos como religiosos. Una obra que,
lejos de banalizar el drama, acerca a los fieles, con
sencillez y emoción, el dolor de Cristo y el mensaje
que encarna.
El siglo XIX nació con nuevos bríos que pronto
naufragaron en un mar de problemas. Por una parte,
los acontecimientos generales del país, la invasión
francesa, la desamortización o la reforma del clero
regular. Por otra, las crisis locales, sobre todo a fina-
les del siglo, por las disputas y enfrentamientos sobre
derechos entre distintos próceres. A principios del
siglo XX nuestra Semana Santa era un alarde de la
sencillez franciscana. Sin embargo es en estos años
cuando nuevas personas —don Fernando Pérez Ba-
rreiro, don Antonio Nieto, don Francisco Fraga— y
el renacer de la religiosidad a nivel local, promueven
su recuperación definitiva. Con este nuevo espíritu,
a partir de 1908, se incrementaron los tradicionales
pasos y en 1913 desfilaron los dos primeros capiro-
tes con trajes de terciopelo fino, como cuenta con
mucha gracia don Ramón Canosa. En este ambiente,
en 1916, de manera multitudinaria y entusiasta, se
constituye de forma solemne la Adoración Nocturna
de Viveiro. Este es un hito de extraordinaria relevan-
cia en nuestra historia local. En este año celebramos
su primer centenario, en simultaneidad con el 125
aniversario del fallecimiento de su cofundador, el vi-
variense don Luis Trelles.
Estos nuevos impulsos tienen su momento
cumbre en 1944 cuando un grupo de jóvenes co-
frades —Pepe Cociña, Paco Fanego, Nemesiño y
otros—, entusiastas y con gran empuje, fueron capa-
ces de galvanizar a no pocos vivarienses. Una gran
idea y una gran pasión. Con estos mimbres, una
capaz y seria comisión organizadora y el asesora-
miento de don Francisco Fraga y Lino Grandío orga-
nizaron una nueva Semana Santa que, sin desatender
a lo antiguo, introdujo nuevos aires, nuevos actos y
un operativo eficaz. Fruto de esta pasión pronto apa-
recieron nuevas cofradías que se unieron a la Ilustre
Cofradía del Rosario y la V.O.T., que habían compar
tido en solitario este espacio por siglos. Se produjo
una verdadera revolución fruto del fervor, el entu-
siasmo y de la pasión. En 1944 se funda la Cofradía
del Cristo de la Piedad y sus filiales, la Hermandad
del Prendimiento en 1946, la Hermandad de las Siete
Palabras en 1951 y la Hermandad de la Santa Cruz en
1953. La ilusión generada en los años 40 y 50 man-
tiene su empuje en el siglo XXI, cuando nacen las
Cofradías “O Nazareno dos de fóra” y la “de la Mise-
ricordia”. La Hermandad de la Santa Cruz la forman,
desde sus orígenes hace ya 63 años, solo mujeres y
su crecimiento en hermanas y en actividad ha sido
espectacular. Con su hermana mayor, Mari Carmen
Chipe, al frente cumplen a la perfección el lema de
la cofradía “siempre más y siempre mejor”. Gracias a
las cofradías resplandece nuestra Semana de Pasión:
Sobrecoge la visión nocturna de las calles oscu-
ras y húmedas sobre las que se reflejan las luces de los
hachones. Pero, sobre todo, sobrecogen las caras de
las personas, absortas, a veces musitando, a veces en
silencio. Son la viva imagen de la devoción.
Impresiona el cuidado extremo de los trajes y
ornamentos. No es solo trabajo y meticulosidad, que
lo son y mucho: en ellos se ve la ilusión, el convenci-
miento en lo que se hace y el placer con que se hace.
Impacta la calidad de las imágenes. La luz, el
movimiento cadencioso, el ambiente húmedo las
dota de vida, mostrando nuevos aspectos y matices
en cada esquina.
Conmueve la emoción de miles de personas.
Decía Juan Pablo II que la peor prisión es un corazón
cerrado. Nuestra Semana Santa no sólo araña el co-
razón, es una llave capaz de abrirlo.
Sorprende la pericia de las collas de llevadores
sobre el suelo empedrado de calles estrechas y empi-
nadas, siempre con atinadas maniobras que sortean
la esquina angosta o el cable traicionero.
Y todo ello inmerso en múltiples sonidos. Re-
cogimiento no significa necesariamente silencio. El
cornetín de los flechas, el crujir de la madera en las
cuestas, el único tambor que marcaba el paso sereno
de la banda bajo la seria mirada de Don Alfonso.
También los más actuales, como los espectaculares y
virtuosos repiques. La música es una parte insepara-
ble de esta fiesta que el alma y los sentidos ofrecen a
Dios. Sonidos hay muchos, pero nada tan majestuoso
y elocuente como el silencio, el clamoroso sonido del
silencio que inunda iglesias, calles y plazas, y se te
queda dentro, grabado, reconocible con tonalidad
propia y que recuerda que el respeto, la devoción y la
fe no precisan de muchas palabras.
Mi infancia son recuerdos del Encuentro, un
mar de piernas que se convertían en un mar de ca-
bezas cuando mi padre me subía sobre sus hombros
o, cómo no, la interminable visita a los monumentos.
La Semana Santa que yo conocí eran personas: Heri-
berto y su centenaria trompeta, que tan hábilmente
manejaba; la voz atronadora de don Francisco sen-
tenciando desde su balcón; el coro de doña Hermi-
nia; el paso de los pies descalzos de tantos que llevan
su cruz. La Semana Santa que disfruté era, también,
emociones, una ciudad agitada en constante movi-
miento o la envidia de no ser un flecha. La Semana
Santa en la que gocé enseñaba cosas fundamentales
para la vida, como el valor del equipo y lo maravi-
llosa que es la gente. Enseñanza extraordinaria que
aprendí como llevador en los años 70. Una experien-
cia que tan bien describe Perfecto Parapar en la Re-
vista Pregón de 2003.
La Semana Santa de mi infancia ha evolucio-
nado, ha modificado su lenguaje sin dejar de decir lo
mismo. Es de admirar verla hoy, todavía más gran-
diosa y espléndida. Y, sin embargo, por encima de
su magnificencia, el vivariense sabe distinguir donde
depositar su fervor. Como decía Baltasar Gracián, en
el siglo XVII, “no hace sagrada a la imagen ni la ri-
queza de la madera ni la belleza de la talla; la hacen
sagrada los que la veneran”. La espiritualidad de los
vivarienses no se ha distraido nunca por los oropeles.
Es evidente que gusta la belleza y la buena factura
de las imágenes. También es evidente que deseamos
una Semana Santa merecedora de elogios y con gran
esplendor ornamental. Sin embargo, también sabe-
mos que el valor espiritual no se mide ni por precio
ni por belleza. Por eso, la imagen más venerada por
cada uno puede no ser la más bella, moderna o va-
liosa. Los motivos de la devoción son cuestiones que
la razón no siempre entiende. Ni falta que hace.
Construida y adaptada a lo largo de los siglos,
tiene, hoy en día, una vertiente más, la festiva. Vi-
veiro, ciudad alegre, se abre en estos días a todo el
mundo. Sea cual sea el motivo, Viveiro los acoge.
Puede venir por motivos religiosos, pero también
por razones artísticas, históricas, gastronómicas, pai-
sajísticas, familiares, vacacionales... Por cierto, y per
mítanme el inciso, por una vez los vivarienses esta-
mos de acuerdo con la prensa inglesa, puesto que nos
seleccionó como el sexto mejor lugar de Europa para
descansar. Por todo ello, Viveiro está acostumbrado
al vaivén de gentes muy diversas. Con su magnificen-
cia desde antiguo, nuestra Semana Santa se ha con-
vertido en un reclamo para verdaderas multitudes
y, hasta la fecha, sin transformarla, como dice Paco
Mayo, en un esperpento turístico, pues ha sabido
mantener su autenticidad, calidad y singularidad. De
la misma forma, pertenecemos a una tierra que fue
de emigrantes por lo que somos especialmente sensi-
bles a recibir a los de fuera. Fruto de esa sensibilidad,
la Semana Santa integra a los nuevos vivarienses. Así,
el paso de San Pedro lo portan los nuevos vecinos
que nacieron en el lejano Perú.
Y ahora, en el siglo XXI, sigue creciendo: nuevos
actos, nuevas procesiones, nuevas imágenes,
nuevos impulsos que reflejan el gran trabajo de las
cofradías. Trabajo que responde a una enorme ilu-
sión colectiva, fruto de la fe, de la devoción y que
empuja a nuevos horizontes.
Además con otro objetivo siempre presente: legar a
las nuevas generaciones una fe viva, una celebración
digna de la tradición y adecuada para la formación
cristiana de los vivarienses del futuro.
Nuestra Semana Santa es poliédrica, donde el
mestizaje nuevo-viejo ha calado hasta conseguir
conmover todavía a las gentes de hoy, tan acostum-
bradas a novedades pasmosas. Tan pasmosas que
hace tan solo 40 ó 50 años se considerarían simple-
mente imposibles. Han pasado ocho siglos y la Se-
mana Santa vivariense se ha ido acomodando a los
cambios culturales y sociales sin perder de vista sus
orígenes. Esta transformación sólo se puede llevar a
cabo cuando las cabezas rectoras de las cofradías van
al mismo paso de la gente del pueblo. Es una con-
junción muy valiosa y difícil de lograr. Ya no se trata
de transmitir el mensaje a una población, mayori-
tariamente analfabeta, como la del siglo XIII o del
XVII. La sociedad y la forma de vida actuales nada
tienen que ver. El hombre actual vive admirado de
sus propios descubrimientos y de su poder. Jamás el
género humano tuvo tantas riquezas y sin embargo
gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria.
Nunca antes el hombre había tenido un sentido tan
agudo de su propia libertad y aún así surgen nuevas
formas de esclavitud, física y psicológica. Vivimos
en la era de la tecnología, existen nuevos y mejores
medios de comunicación social, y las relaciones hu-
manas se multiplican sin cesar, pero las palabras pa-
recen haber perdido parte de su significado. Las re-
laciones que se establecen no son siempre realmente
personales. Este cambio de mentalidad hace que las
maneras de pensar y de sentir de las generaciones
previas no se adapten bien a esta nueva realidad y
que sus ideas estén sometidas a grandes tensiones o
al olvido. Algo que un escritor contemporáneo es-
pañol, Javier Marías, define magistralmente: “de que
poco hay constancia, y de ese poco tanto se calla, y
de lo que no se calla se recuerda después tan sólo una
mínima parte, y durante poco tiempo...” A pesar de
todo, en este mundo mutante y complejo, nuestra Se-
mana Santa está implantada con naturalidad, desde
la modernidad, con gente joven y de manera apabu-
llante. Sin duda porque es una forma clara y sencilla
de contarnos una historia única, poderosa y eterna,
y sentir en el alma el mensaje de amor divino. ¿Hay
algún mensaje más claro?
AYUDA A FORMAR PERSONAS
COMO INDIVIDUOS
Nuestra Semana Santa es una grandiosa ma-
nifestación religiosa y, por ello, no es sólo la acción
de la Iglesia. También es religiosidad popular: ma-
nifestación sentida de fe, de compromiso con una
forma de ser, con una forma de vivir. Por eso se ha
integrado en la identidad de un pueblo: porque pone
ante nuestros ojos los valores esenciales que nos an-
clan en una forma de vida coherente y con criterios.
Religión, espiritualidad y formación en valo-
res se juntan durante unos días en el gran teatro del
mundo que se escenifica en iglesias y calles de Vi-
veiro. Teatro que recrea la pasión de Cristo y, a la vez,
el mundo tan rico y diverso en el que vivíamos hace
veinte siglos y también hoy mismo. La Semana Santa
recorre la tragedia y la violencia, las traiciones y las
tristezas que se juntaron en los últimos días de Cristo
y, en su recorrido, se transforman en generosidad y
grandeza, en una luz cegadora que ha iluminado
2000 años de nuestra historia. Así es la vida de los
humanos, que concentra en las mismas personas fe-
licidad y desgracia, dolor y alegría, pasión y traición,
heroísmo y vileza. No somos perfectos, es imposible,
pero sí sabemos que tras los errores y las faltas vie-
nen, al lento paso de la verdad, el arrepentimiento y
la liberación.
Para ello es preciso un tiempo de reflexión inte-
rior. Rememorando la Pasión no puedes menos que
preguntarte: y tú, ¿qué? Es el momento anual de mi-
rarnos hacia dentro, de desnudar el alma y desdoblar
sus recovecos ante nosotros mismos, sin mentiras ni
complacencias y reconocernos necesidades, capri-
chos y desatinos. Decía Benjamín Franklin que hay
tres cosas extraordinariamente duras: el acero, el dia-
mante y conocerse uno mismo. Duro y difícil, pero
necesario ya que solo si conoces los problemas, eres
capaz de resolverlos. Esto lo sabemos bien los médi-
cos; sólo si diagnosticas correctamente vas a poner
el tratamiento adecuado. Lo dijo mejor San Agustín:
conócete, acéptate, supérate. ¿Quién no ha tenido
fracasos? Es imposible no fracasar ante los innume-
rables problemas que nos trae la vida cotidiana. Lo
importante es reconocer los propios fracasos y levan-
tarse sobre ellos. Eso es la vida: caer y levantarse. La
Semana Santa en Viveiro te pone ante el espejo de
tu propia vida y te ofrece los motivos, los ejemplos,
las escenas y el tiempo necesario para la reflexión. Es
el momento anual de vivir un ejemplo, inigualable
e imposible de alcanzar, pero un ejemplo de cómo
responder con generosidad a la traición, con valentía
al miedo o con perdón a la brutalidad. Un tiempo
en el que se puede intentar vencerse a sí mismo y
mejorar como cristiano y como persona. Esto es, un
apasionante viaje de mejora personal que permite
reiniciarse con ilusión un año más.
Así ha sido durante estos siglos: una fuente de
formación en valores cristianos pero también en va-
lores de vida, adaptados a la forma de vivir en cada
época. Y hoy en día se mantiene la esencia, pero se
ha modernizado el mensaje y su presentación ante
los fieles.
Y vaya si ha llegado a la gente. Sin duda, los frai-
les que la iniciaron no dejarían de esbozar una son-
risa ni dejar de sentirse satisfechos. La celebración
que idearon ha sorteado los meandros de los siglos y
sigue formando personas y creando cohesión social.
Bien sabían ellos que la vida no es un viaje individual
a ninguna parte, un errar constante sin rumbo. Estas
son las otras funciones de la Semana Santa: ayudar a
formar a las personas y ayudar a encontrar la fuerza
necesaria en la colectividad.
Vivimos en una época donde se exalta la ca-
pacidad del individuo en la toma de decisiones en
todos los aspectos de su vida. Esta capacidad pone
de relieve una de las cuestiones más complejas de
nuestro tiempo, cómo aunar la conquista de libertad
individual con los problemas que acarrea tomar uno
solo todas las decisiones y hasta sus últimas conse-
cuencias. Es evidente que puedo decidir mi forma de
vestir o de peinarme, pero ¿puedo decidir si debo de
ser altruista o no? o ¿tengo toda la libertad para de-
cidir si he de cuidar o no de mi familia cuando esté
enferma? Estas decisiones ¿son individuales? Veni-
mos a este mundo totalmente desvalidos y, aunque
no lo reconozcamos, seguimos siendo dependien-
tes y vulnerables a lo largo de toda nuestra vida. La
Semana de Pasión revive el ideal de la máxima en-
trega por los demás y la grandeza y las miserias que
lo rodean. Es en este punto donde destaca la Madre
de Dios, modelo por excelencia. Ella concentra las
virtudes de la grandeza humana: el amor sin límites,
la presencia constante, la fortaleza ante el dolor, la
generosidad infinita. Nuestra imaginería muestra
bien esas dimensiones. Supongo que esto ha influido
en generaciones de mujeres vivarienses, generosas,
decididas y fuertes. Sin embargo, en el mundo ac-
tual, en la espiral de egoísmo e individualidad en que
estamos inmersos, quizá cueste comprender el gran
sacrificio de Jesús. El de uno en favor de los demás.
Amar a los demás, pensar en colectivo, ofrecerse de
verdad. No es fácil de asumir, ni de cumplir. Amar es
complicado sobre todo porque, como decía la madre
Teresa de Calcuta, el amor, para ser auténtico, debe
costarnos.
Sin embargo, esta forma de ser que se genera
y transmite en nuestra ciudad, a la que la Semana
Santa no es ajena, imprime alegría y solidaridad y
ayuda a no perder la ilusión, a soñar. Decía William
Shakespeare que “el hombre que no se alimenta de
sueños, envejece pronto”. Quizá por eso esta es una
ciudad de jóvenes sin edad.
EL VALOR DE LA SEMANA SANTA PARA
LA SOCIEDAD VIVARIENSE
A lo largo de los siglos la Semana Santa ayudó a
modelar una forma de ser y también una manera de
hacer. Volvamos de nuevo a la Edad Media, la Edad
de la Fe. En esa época era normal que las corpora-
ciones, organizaciones económicas, se relacionaran
con lo religioso. Cada corporación formaba normal-
mente una cofradía, cada cofradía rendía culto a un
santo particular, organizando procesiones y fiestas
en su honor. Las cofradías más antiguas provienen
de las Hermandades de la Edad Media. El motivo de
su nacimiento no era solo religioso, sino que surgie-
ron como una necesidad social. Eran organismos de
asistencia mutua, encargados de ayudar a los compa-
ñeros pobres, enfermos o ancianos. Evidentemente,
en una época donde la solidaridad era básica para
la supervivencia, las cofradías pronto llegaron a ser
una parte muy importante de las estructuras que ver
tebraban la sociedad. Con las cofradías se inicia el
idilio entre la Semana Santa y la sociedad vivariense
a quien va dirigida.
La Historia de la Semana Santa de Vivero es la
historia de sus cofradías y hermandades filiales. Cor
poraciones que han resistido, y resisten, embates de
toda índole y siguen hoy en día totalmente vigentes,
por encima de trabas y obstruccionismos. De ellas
han formado parte menesterosos, poderosos, artis-
tas, familias o sagas enteras, personas de todos los ni-
veles y condiciones. Han existido hermandades que
sucumbieron con el paso de los siglos. Por el contra-
rio, hay otras que han resistido con vitalidad a todo
tipo de vientos y mareas. El Papa Francisco en el En-
cuentro de Cofradías de 2013 en Roma señalaba que
“la piedad popular es un tesoro que tiene la iglesia y
las cofradías, la fragua de santidad de muchas perso-
nas que han vivido con sencillez la fe cristiana”. En
nuestra Semana Santa, hoy en día, ellas capitalizan
el protagonismo y dan soporte a múltiples oficios y
celebraciones. Es una labor extraordinaria, por va-
rios motivos.
En primer lugar, conservan e incrementan un
patrimonio imaginero, amplio y rico, guardado con
mimo a lo largo de siglos. Su mérito artístico es, sin
duda, importante y su historia, apasionante. Un buen
ejemplo es La Última Cena realizada por Juan Sar
miento. Desfiló por primera vez en 1808 y los vecinos
de San Ciprián, que sirvieron de modelos, acudían a
reconocerse en las caras de los apóstoles y llamarse
por sus motes. Esto incluía a uno, apodado “O Ver
mello”, que probablemente robó al escultor, por lo
que fue caracterizado como Judas. O la muy cono-
cida historia del Ecce Homo “de los franceses”. Toma
su nombre de la milagrosa mediación que salvó a la
población de Viveiro de un cruel castigo por parte
de las tropas napoleónicas, como represalia a su vi-
gorosa y eficaz defensa. Mantener un patrimonio tan
rico y extenso es complejo y requiere la intervención
de artesanos expertos, como los Otero, padre e hijo,
verdaderos artistas, cuyo obrador aún recuerdo en
los claustros de San Francisco. Al exquisito cuidado
de las más antiguas se suma la incorporación de nue-
vas imágenes encargadas en los últimos años, con
mucha ilusión, a los imagineros más hábiles de todo
el país.
Más callada y anónima es la labor de mantener
el vestuario, ornamentos, estandartes y el resto de
utensilios que lucen impecables en todo momento.
Posiblemente una de las visitas que enseñan de
forma más clara el carácter de las cofradías es visi-
tar, por ejemplo, sus locales en los claustros de San
Francisco. Si no lo han hecho, háganlo. Les sorpren-
derá, les gustará y les ayudará a entender una forma
de ser y una pasión. Vayan ustedes cualquier día de
agosto o de noviembre y déjense guiar. Esta suerte de
rebotica de la Semana Santa es extraordinaria. Con
un esmero asombroso, guardan todos los elementos
de las distintas celebraciones, ordenados, repasados
y puestos al día. Personas, como Pacola Sampedro,
que mantienen con orgullo e ilusión miles de trajes,
capas, cinturones, calzas o capuchones. Solo gente
con una gran pasión y una fe enorme puede hacer
algo así. En palabras de Tolstoi, la fe es la fuerza de la
vida. Esa es la fuerza que guía a tanta gente.
En el plano no material la Semana Santa obra
un pequeño milagro ayudando a construir la socie-
dad de una ciudad como la nuestra. Nuestra Semana
de Pasión es la suma del trabajo apasionado y desin-
teresado de miles de personas, todo el año, en las co-
fradías y de otras muchas que complementan su tra-
bajo los días grandes. Un trabajo enorme y metódico,
una tarea oscura y callada, fruto de la generosidad de
todo un pueblo ¡evidentemente sin nada que ganar!
Mejor dicho, sin nada material que ganar, ni dinero
ni prebendas. Lo que se gana es mucho mejor: es la
satisfacción íntima del trabajo bien hecho a cambio
de nada. Ese bienestar, esa sensación, es maravillosa
y no tiene precio.
Hoy en día la Semana Santa forma parte de la
ciudad, porque es la propia ciudad la que la hace. Y
eso significa mucha gente, que da muchas horas de
su tiempo por construir una pasión. La pasión ge-
nerosa crea lazos que construyen, que articulan, que
hacen sociedad. Y de esto, en Viveiro, se sabe mucho.
Ocho siglos de altruismo han dejado huella en nues-
tro código genético. Altruismo que crea lazos y redes,
a veces insólitas, y dan forma a amistades, apoyos y
solidaridad que si no serían improbables o incluso
imposibles y que perduran décadas. Porque en la ce-
lebración y en su preparación participan todos. Un
pueblo entero. No hay exclusiones, es más, la invi-
tación es total, alegre y generosa. Cada uno aporta
lo que sabe, lo que tiene, lo que es o simplemente
como es y todo el mundo vale. No importa la edad, el
sexo o la profesión, todo el mundo tiene cabida y una
función. Es la perfecta aplicación del pensamiento de
la Madre Teresa de Calcuta: “yo hago lo que tú no
puedes, tú haces lo que yo no sé y juntos hacemos
grandes cosas”. Es un beneficio mutuo ya que no es
difícil que buscando el bien de los demás encontre-
mos el nuestro.
Así pues, las cofradías son los depositarios de
un legado único que, con enorme voluntad de ser
vicio, conservan y mejoran año tras año. El signifi-
cado de la palabra cofrade es algo así como unión
fraternal. Por eso en el ADN de las cofradías prima la
hermandad, el aunar fuerzas, la manifestación de fe,
el trabajo serio, callado y eficaz que unos días al año
viste sus galas.
CONCLUSIÓN Y DESPEDIDA
Religiosidad, tradición, mejora personal, inte-
gración, innovación y una sociedad que se construye
y se renueva cada año en cada Semana Santa. Es un
tópico decir que Viveiro se transforma al llegar estos
días. Somos nosotros, los que la vivimos, los que la
soñamos, los que la queremos, los que la transforma-
mos. Somos nosotros los que, con nuevas miradas, la
hacemos distinta y cada año más bella.
La influencia de la Semana Santa ha marcado
la forma de ser de innumerables generaciones de
vivarienses, transmitida de hijos a nietos. Comencé
hablando de mi infancia y ahora ya maduro, con
menos pelo y más cicatrices, miro hacia atrás y no
puedo dejar de admirar a la generación de nuestros
padres. Creo que en esto puedo hablar por todas las
mujeres y hombres de mi generación. Ahora que ya
no tengo las prisas ni las brumas de la juventud, veo
en nuestros padres una generación de personas es-
forzadas, generosas, rectas y nobles. Creo que puedo
mostrar el lógico orgullo que todos tenemos de ellos.
En un país con muchas dificultades, en los años 40
y 50, supieron refundar no solo una gran Semana
Santa; además forjaron una nueva generación de vi-
varienses, transmitiendo valores, con total entrega,
con todo el cariño. Somos lo que somos porque ellos
nos ayudaron a ser mejores personas, más fuertes y
libres.
Benvidos a nosa Semana de Paixón
Moitas gracias
Bibliografía
Adrán Goas C. La Procesión del Santo Entierro
en el siglo XVII. En: Pregón, número XXXVIII,
pags. 41-43- PUBLILAR SL, Viveiro, 2012.
Adrán Goás C. Pregón 1985. En: Pregón, número
XL, pags. 83-89- PUBLILAR SL, Viveiro, 2014.
Anónimo. Hermandad de la Santa Cruz. Disponi
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