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Homilía en el DOMINGO de RAMOS

Pregonero: 
Julián Barrio Barrio, Arzobispo de Santiago de Compostela
05/04/2009

Durante la cuaresma nos hemos preparado para acompañar a Jesús en su subida a Jerusalén. Hoy la liturgia nos sitúa ya en Jerusalén, donde Jesús es vitoreado como Aquel que viene en nombre del Señor (Mc 11,10) por unos niños cuya aclamación profética algunos querían acallar. “Os digo que si ellos callasen, gritarían las piedras” (Lc 19,40). Ante los que dudan o no quieren reconocerlo, la voz de los niños con su espontaneidad y limpieza de corazón da testimonio gozoso de Jesucristo. Palmas de triunfo y martirio; júbilo de la gente y anuncio de la pasión. La hora de Jesús había llegado y la aceptó con obediencia filial a Dios Padre y con amor infinito a los hombres. “Siendo inocente se entregó a la muerte por los pecadores y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales. De esta forma al morir destruyó nuestra propia culpa y al resucitar fuimos justificados”.

Se nos llama a contemplar la pasión, muerte, sepultura y resurrección del Señor que nos salva y nos resucita con El: “Si sufrimos con El, también con El seremos glorificados” (Rom 8,17). Estas son las señales orientadoras de nuestro peregrinar, recordando la resurrección que fundamenta nuestra fe. “Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe” (1Cor 15,14). El apóstol Pablo nos introduce en el misterio pascual cuando escribe: “Cristo a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos. Y así actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse a la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo” (Flp 2,5-8). Estas palabras reflejan los sentimientos de Cristo, solidario con los hermanos, humilde para escuchar a Dios, obediente para cumplir su voluntad, confiado ante las penalidades, pudiendo decir: “Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado”. La humillación y la exaltación son claves para comprender este misterio y son respuesta a nuestra búsqueda de Dios, sin dejarnos llevar de un lado a otro en la vida, no contentándonos con lo que todos piensan, dicen y hacen, y dar una nueva orientación a nuestra existencia.

Salgamos al encuentro del Señor para darlo a conocer. “Cuando sabemos salir de nosotros mismos para llevar a cada casa y ambiente de trabajo el anuncio del Señor muerto y resucitado, entramos en contacto con los muchos dolores y pobrezas presentes” (Juan Pablo II, Discurso al clero romano, 1 de marzo del 2001, 4-5). Contemplar la pasión de Cristo como propuesta de vida, nos ayudará a reconocer a la humanidad probada en medio de tanto sinsentido y de tantas agresiones a la dignidad de la persona humana que hacen que la pasiónCristo sea página viva en el libro de nuestro presente. Cristo sigue sufriendo cuando no acompañamos al que sufre, cuando vendemos nuestros mejores ideales a causas que no merecen la pena, cuando acusamos injustamente a los que denuncian nuestra pasividad y conformismo, cuando no defendemos la causa de la justicia por miedo a las consecuencias que pueda traernos, cuando nos inhibimos ante la defensa de la verdad, cuando miramos a otro lado distinto de donde están los despreciados y marginados de nuestra sociedad, cuando nos confiamos a nuestra autosuficiencia. A veces, como Pedro preferimos no correr riesgos y decimos: “¡No conozco a ese Jesús de quien habláis!”. O hacemos como Judas que vendió a Jesús por treinta denarios, ¿y quién puede decir que no le ha traicionado a veces hasta por mucho menos?

Acompañar a Cristo en estos días exige el silencio para orar y la disponibilidad para seguirle con decisión. “Vivamos la Semana Santa como discípulos del Señor de la Cruz y de la Gloria”. Miremos las heridas de amor de Jesús, y veamos cuales son las nuestras y las de nuestros hermanos. No seamos meros y ajenos espectadores. Acojamos la misericordia de Dios en el sacramento de la Reconciliación, confesando nuestros pecados. Solamente pueden subir al monte de la amistad del Señor los que actúan con manos inocentes lejos de toda violencia y puro corazón lejos de toda mentira e hipocresía. Participemos en las celebraciones litúrgicas que nos reflejan la belleza y la verdad del misterio salvador de Cristo, agradeciendo la salvación que Dios nos ha dado en su Hijo Jesucristo.Cristo sigue llamando a hombres y mujeres a renunciar a las comodidades de su vida y a ponerse totalmente al servicio de los que sufren; Sigue dando la valentía para oponerse a la violencia y a la mentira, para difundir en el mundo la verdad; para hacer el bien a los demás, suscitando la reconciliación y generando la paz. Que el Señor nos ayude a abrir la puerta de nuestro corazón, la puerta del mundo, para que él, el Dios vivo, pueda entrar en nosotros y en nuestro tiempo y cambiar nuestra vida y la sociedad. Amén.

Julián Barrio Barrio,

Arzobispo de Santiago de Compostela