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PREGON DEL SANTO ENCUENTRO EN NOIA

Pregonero: 
Padre Manuel Juanes Palacios
02/04/2010

"Las disputas entre Jesús y las Autoridades Judías se habían acentuad desde la última llegada de jesús a Jerusalén. Sumos Sacerdotes, Ancianos del Pueblo, Escribas y Fariseos rechinaban los dientes de odio contra el RAbino y querían sangre de martirio a costa del que para ellos era un embaucador y un blasfemo.
     Las Sagradas Escrituras no les decían nada de aquel hombre. Nada en él de Mesías.
     Las obras y predicaciones del Nazareno eran antipatrióticas y anticostumbristas, es decir, antireligiosas. El quebrantador del Sábado y el atentador de la destrucción del Templo tenía que morir.
     El traidor había recibido la cantidad convenida de 30 monedas de plata para realizar la entrega del Maestro.
     Todo hablaba de la inminente cacería del que era necesario suprimir.
     Y así sucedió. Con alevosía y nocturnidad se prende vilmente al Rabino más popular de Jerusalén.
     El juicio del Tribunal Israelita (Sanedrín) fue inmediato, breve y contundente. "¿Eres el Hijo de Dios?" Le había preguntado el Sumo Sacerdote a Jesús. Jesús mansamente le dio la respuesta "Tú lo has dicho".
     "Reo de Muerte" dijeron todos.
     Estando el país dominado por el Imperio Romano, se necesitaba que la sentencia fuese pronunciada por Roma. Así, ya de mañana temprano llevaron al acusado y por ellos digno de muerte a Poncio Pilato, gobernador de Roma en Judea.
     El Jucicio se realizará en la sala del Palacio llamada El Enlosado.
     El delegado imperial no ve el caso claro.
     Pilato envía el reo a Herodes, que estaba esos días por Jerusalén. A ver si él decidía y de paso lograba hacer las paces con el Rey.
     Herodes piensa que Jesús es un loco y lo devuelve vestido con una túnica blanca.
     De nuevo la indecisión del Gobernador. Decide la cruel fagelación.
     Luego presenta al pueblo al presunto inocente machacado. "Ecce Homo" He aquí al  hombre.
     Y el pueblo azuzado por las Autoridades grita ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!
     SOLUCIÓN. Cómo Pilato no veía en CRisto causa condenatoria y la chusma arreciaba en pedir la muerte del inocente, se lava las manos, desentendiéndose de la culpabilidad propia al acceder a los gritos del pueblo y sentencia cobardemente: SEA CRUCIFICADO.
     Jesús Nazareno con la cruz a cuestas va camino del Calvario. Le acompañan para sufrir la misma pena dos famosos ladrones.
     Por una de las calles del Viacrucis aparece la Madre de Jesús con el corazón encogido y con tocado con el velo del dolor. ¡Pobre madre! Llena ya hace tiempo de oir denuestros y amenazas, habia pensado mil veces en un desenlace brutal contra su Hijo, el Hijo de sus entrañas. Palpa ahora con terrible amargura la angustiosa marcha de los procesados, que se dirigen jadeantes a consumar su itinerario en el monte de la Calavera fuera de la Ciudad Santa.
     Ha llegado la hora maldita. La del triunfador del Poder, de la venganza y de la injusticia sobre el pobre, el debil y el inocente.
     Ahí estan la Madre y el Hijo frente a frente.
     ¿Qué se dicen el uno al otro, al encontrarse juntos? La tosca soga que le rodea el cuello ahoga todo intento posible de diálogo en el Hijo. La escolta militar impide a la Señora acercarse a consolar y abrazar al fruto de sus entrañas.
    ¡Oh crueldad! ¡Oh desdicha! ¡Oh dolor!
    Dejemos que juntos en un mar de aficción sigan la ruta que lleva al suplicio y a la muerte del Justo. Su sangre divina borrará el protocolo de condena, que pesa sobre toda la humildad pecadora.
     Al descenderlo del cadarso de la cruz, la Madre recibirá en su regazo los despojos de su amantísimo Hijo triturado por la saña y la perfidia descargada sobre la VICTIMA INOCENTE, que cargó sobre sus hombros el colosal peso de todos los pecados dle mundo.
    Como el Hijo acabó con el corazón abierto por la lanza del soldado, también la Madre sintió latir dentro de sí el propio corazón maternal traspasado por un acerbo dolor.
     Manuel Juanes Palacios.