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MIS CRISTOS NAZARENOS Y CRUCIFICADOS

Pregonero: 
Odulia Dopico
01/04/2012

Odulia DopicoIniciamos la Semana Santa con la fiesta más bonita para los niños y de la que guardo un gran recuerdo. Mi hermano se encargaba de cortar el ramo de loureiro que nuestro padre engalanaba con camelias, mi madre me vestía de primavera, lloviera o nevara y cada año estrenaba zapatos de charol que me hacían unas ampollas tremendas que duraban toda la Semana Santa y que yo ofrecía en sacrificio al Señor, que mucho más padecía Él en la Cruz y no se quejaba.

En febrero, con mi madre de cuerpo presente en la pequeña iglesia de Landrove, durante su funeral, la mirada se me desvió hacia la imagen del primer Crucificado que amé en la vida y recordé el madrugón de los primeros viernes de mes, el caminar aterida al amanecer por las orillas del Landro para hablarle con la inocencia de los siete años. Hice memoria y me vi arrodillada en un reclinatorio pequeñito, al lado de su altar tratando de darle ánimos, deseando limpiarle las heridas y arroparlo con una mantita para que no pasase frío. Nunca olvidaré tampoco la voz de mi padre a la hora de alzar, cogiéndome de la mano me repetía al oído cada domingo, casi como un susurro el: “Señor mío y Dios mío, yo os adoro preciosísima sangre de mi Señor Jesucristo, que en el ara de la Cruz redimisteis mis pecados y los de todo el mundo”, entonces yo miraba fijamente a los ojos de la imagen y le pedía mil perdones por lo rebelde que era.

Otro Cristo que me emocionaba cada año era el del “Encuentro” de Galdo, un Nazareno articulado que cae tres veces por el atrio y que bendice brazo en alto a las tierras y los campos del valle del Landro, así como a los presentes y a los fallecidos, y la gente llora recordando a sus difuntos. Un poco de miedo si que me daba cuando el fraile de turno leía la sentencia de muerte y el caperuchón tocaba la trompeta anunciando el juicio final, entonces mi padre, sonriendo, me decía: “Tranquila, que el judío es Francisco de Cortiñas, mi compañero de la fábrica”, y me daba un caramelo, aquello era un alivio. El Encuentro terminaba bien, comiendo rosquillas bañadas en almíbar, de la Peca y bebiendo una copita de vino dulce en la taberna de Abadín, luego regresábamos a casa andando, con los zapatos de charol y los pies ampollados cada vez más.

Con diez años marché a Lugo, a estudiar el Bachillerato, cada día entraba en la Catedral de paso para el Instituto y también allí encontré mis rincones de meditación. A la capilla oscura del “Cristo de los Credos” íbamos a rezar tres credos de rodillas y con los brazos en cruz para aprobar el examen aunque no estudiáramos mucho, no es un Cristo muy bonito, pero si muy milagroso, la prueba está en que siempre fui mejorando progresivamente... Luego está la otra Capilla, la del Nazareno maniatado, en la actualidad entre rejas porque tuvo varios incendios, dicen que por culpa de las velas que todos dejábamos a sus pies y que prendían fácilmente en la túnica morada de terciopelo. Es un Cristo triste y doliente, de pelo largo y ojos penetrantes. Andando el tiempo fue mi Cristo del Amor, pues la semana que no recibía carta del novio, me postraba suplicante ante Él pidiéndole “lo que ya sabía”, que acelerara la correspondencia. Más de una vez me tengo sentado a releer dichas cartas y contestarlas delante de su imagen, pidiéndole consejos y no miento si digo que me contestaba con la mirada.

Cuando llego a Ortigueira, hace ya casi treinta y ocho años, me encuentro con la talla de un Crucificado similar al de Landrove, el que está a la entrada de la iglesia, le miro y nos reconocemos mutuamente, es muy abogoso también, no hay cosa que no le pidas que no conceda, ahora si, hay que pedirlo con la fe y la confianza de un niño.

Por último está mi Cristo “salvado de las aulas”, el que cada día ven los alumnos en clase sin que les cause ningún trauma, sobre el que estudiamos y ante el que leemos la Pasión cada año antes de que lleguen las vacaciones de Semana Santa. Supongo que es el único Crucifijo “prohibido” que queda en el Colegio y que no hace daño a nadie, ni incumple la ley de la “Retirada de Símbolos Religiosos”, porque está expresamente en la clase de Religión y está catalogado como “material”, sabiendo bien que no lo es.

No quiero terminar sin hacer una reflexión de lo que más me gusta de la Semana Santa ortegana, y es la sencillez y el recogimiento de la procesión dos Caladiños, el silencio en la noche más triste del año, acompañando a la Dolorosa con las velas encendidas por las nocturnas y muchas veces mojadas calles, y la emoción que siguen sintiendo las niñas al vestirse de hebreas. Me contaba una buena amiga que cuando ella era pequeña lo máximo era llevar el pañuelo de la Verónica, luego la Corona de Espinas, los clavos y el martillo, así como ir al desván de Susa Caula, a regar el trigo que había de lucir germinado a la altura justa en el Monumento, la tarde de Jueves Santo. Una gotita nada más a cada grano, durante varios días y luego humedecerlo con el flick sin pasarse. Ahora Concha y Rosa hacen el milagro.

Así pues, tantos Cristos en mi vida y uno sólo para siempre, el mismo Jesús que resucitará triunfante el domingo de Pascua.

Que la Semana Santa sea motivo de Encuentro y Amor. Muchas gracias a la Cofradía por invitarme a dar el Pregón, a los niños y niñas por estar tan guapos con las palmas y tan atentos a mis palabras, y si os lastiman un poco los zapatos, hay que aguantar, que las ampollas irán curando y nunca serán un mal recuerdo, a don José, a las Hermanas y a la buena gente de Ortigueira, pueblo que siento y quiero como mío propio. Todo sea por Aquel que dio su vida por nosotros para que disfrutemos de la vida eterna. Ayudémosle con gusto a soportar el peso del madero y Él nos devolverá con creces su misericordia.